Se cumple un mes de la celebración del World Pride en Madrid y, como de toda buena fiesta que se precie, aún conservamos el buen sabor de boca. Por eso, deseamos recordar cómo las plazas y calles se tiñeron de los colores del arcoíris para celebrar y también para reivindicar el derecho de todos a amar.
Querer es un orgullo y Madrid, el contexto perfecto para sentir en libertad. El tiempo vuela y los rincones se llenan de historias. Como las vidas, cargadas de recuerdos. Algunos dolorosos, quizá demasiado. Han pasado décadas desde que los primeros activistas se pusieron los derechos por Montera y conquistaron plazas, calles, locales… También miradas de desaprobación e intolerancia. Hoy en día, podemos celebrar que España es un país más justo, teñido de arcoíris y volcado con las causas LGTBI. La designación como sede del World Pride demuestra que se han hecho muy bien las cosas, aunque el camino aún tenga garbanzos negros.
«Hoy en día, podemos celebrar que España es un país más justo, teñido de arcoíris y volcado con las causas LGTBI».
El montaje con varios puntos de interés, la apuesta cultural y musical, la inclusión como declaración de intenciones, en suma la capital no podía estar más efervescente. Hay quien habla de estas fiestas como las propias de Madrid, pues toda la ciudad se vuelca y se viste de colores. Sacando pecho por el querer sin dobleces. Este año habría debutantes atraídos por la opulenta internacionalización, pero muchos acudían a una cita marcada en sus calendarios con sentido reivindicativo y de exaltación personal. El mejor contexto para dar rienda suelta a sentimientos, miradas e ilusiones. Con un «A quién le importa» de banda sonora de momentos y la empatía colectiva como coreografía emocional.
La actualidad marcó y despertó miedos, sin restar naturalidad ni verdad a unas fechas brillantes. Con toda la seguridad y un despliegue certero, la sucesión de actos resultó un engranaje perfecto. Como lo fue la manifestación, encabezada por el colectivo en lucha, con las familias e infinitos cómplices. Después, las carrozas. Símbolo sobre ruedas del valor de ser auténticos, libres de cualquier mueble apolillado. Banderas al viento, con menos grados de lo habitual, lo cual se agradeció. Eso sí, sin perder un ápice de calor humano. Cada cual lo sintió en el piel con piel, con su pareja, amigos o entre perfectos desconocidos. Lo importante es que todo sumó y sobraban las palabras para vivir un ahora más digno y humano. Un orgullo de todos y para todos. Pese a quien pese.
«Con un ‘A quién le importa’ de banda sonora de momentos y la empatía colectiva como coreografía emocional».
Texto: Sergio Sainz / Imágenes: Itxaso Lara
Y mientras esperamos a que llegue el Orgullo del próximo año, seguimos bailando y teniendo muy presente la canción que marcó la banda sonora de la semana ;-).